Malsonante.
(Del ant. part. act. de malsonar).
- adj. Dicho especialmente de una doctrina o de una frase: Que ofende los oídos de personas piadosas o de buen gusto.
- adj. p. us. Que suena mal.
Diccionario
de la Real Academia Española.
Que esto sirva como
documento fidedigno de mi apoyo o manifestación en favor de las
palabras malsonantes.
¿Qué tipo de adjetivo
es malsonante, en todo caso? ¿Malsonante para quién? A mí
me suena mucho peor nalgas que culo y mama que
teta en cualquier contexto no
científico. Vocablos como gilipollas, joder o
cerdo cumplen incluso funciones sociales y son infinitamente
más descriptivos que sus equivalentes cultos.
Este juicio, sin embargo,
no puede considerarse en absoluto objetivo, ya que siento verdadera
pasión por las palabras graciosas, que son en su mayoría
malsonantes1.
Llegados a este punto, me
parece importante destacar la influencia que tiene el uso de estas
palabras en la consideración social de una persona o grupo, si
atendemos al criterio que divide la sociedad entre personas de habla malsonante y biensonante.
No
elijo llamar a las personas de habla malsonante de este modo por casualidad. Aplicarles este adjetivo no solo hace
más fácil su identificación, sino que además les atribuye personalmente la
partícula “mal”, que, según considero, se les aplica también
en su vida diaria. Considérese este ejemplo:
Padre X (apelativo
para persona aleatoria en edad de regañar) escucha una palabra
malsonante de labios de Malhablado Y (apelativo para persona
aleatoria con posibilidades de ser censurada). Los oídos de Padre X
registran el sonido y su cerebro, a través de señales químicas, lo
registra como ofensivo, lo que envía una respuesta a través de
otros grupos neuronales a los músculos de su cara para que se
contraigan o relajen en una mueca de asco profundo, que otra posible
señal cerebral tratará de ocultar, aunque no del todo – que
ofendido está, que se note. La intensidad de esta segunda señal
dependerá de lo escandalizado que quiera parecer el sujeto.
Atendiendo
a situaciones como ésta, se podría deducir que una persona de habla biensonante (o que finge serlo) es aquella que pone cara de ascazo
ante una persona que considera malsonante. Las palabrotas atribuyen
automáticamente a la persona que las pronuncia adjetivos
proporcionalmente descalificativos a la gravedad de sus blasfemias.
Por
supuesto, es perfectamente comprensible y coherente evitar su uso en
contextos formales. Sin embargo, un contexto informal, o incluso una
situación que demanda una descripción efectiva, podría ser
perfecta para la inclusión social de las siempre marginales
palabrotas, excluidas del lenguaje aceptado casi en su totalidad.
¿Por qué no hacer poesía con imprecaciones? ¿Es que no tienen
significado? Precisamente por su uso despectivo son vehículos con
una carga semántica nada desdeñable.
¿No
es siempre más efectivo un joder
que un rayos y centellas?
Los rayos son una imagen ciertamente metafórica, ¿pero no llama más
la atención, no choca más, no es más descriptivo el pobre y feo
joder? Basta de
discriminar a las palabras por convención. Basta de insultar a los
insultos. No los excluyamos; utilicémolos con conciencia. Hagamos
literatura de las palabras malsonantes. Hagamos de las palabrotas el
nuevo alcohol: aceptado con moderación.
1
Como ojete. Nadie
conseguirá convencerme de que la palabra ojete
no es una de las mejores ocurrencias del español. Entre los grandes
logros de esta lengua se encuentran el Quijote, la literatura del
Siglo de Oro y la palabra ojete.
Y las amorosas palabras de Quevedo al objeto de su descripción, por
supuesto:
[…]
Los nombres que tiene juzgarán que no tiene misterio. ¡Bueno es
eso! Dícese trasero, porque lleva como sirvientes a todos los
miembros del cuerpo delante de sí, y tiene sobre ellos particular
señorío. Culo, voz tan bien compuesta, que lleva tras sí la boca
del que le nombra.
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