jueves, 7 de mayo de 2015

Malsonante.

Malsonante. (Del ant. part. act. de malsonar).
  1. adj. Dicho especialmente de una doctrina o de una frase: Que ofende los oídos de personas piadosas o de buen gusto.
  2. adj. p. us. Que suena mal.

Diccionario de la Real Academia Española.


Que esto sirva como documento fidedigno de mi apoyo o manifestación en favor de las palabras malsonantes.

¿Qué tipo de adjetivo es malsonante, en todo caso? ¿Malsonante para quién? A mí me suena mucho peor nalgas que culo y mama que teta en cualquier contexto no científico. Vocablos como gilipollas, joder o cerdo cumplen incluso funciones sociales y son infinitamente más descriptivos que sus equivalentes cultos.
Este juicio, sin embargo, no puede considerarse en absoluto objetivo, ya que siento verdadera pasión por las palabras graciosas, que son en su mayoría malsonantes1.

Llegados a este punto, me parece importante destacar la influencia que tiene el uso de estas palabras en la consideración social de una persona o grupo, si atendemos al criterio que divide la sociedad entre personas de habla malsonante y biensonante.

No elijo llamar a las personas de habla malsonante de este modo por casualidad. Aplicarles este adjetivo no solo hace más fácil su identificación, sino que además les atribuye personalmente la partícula “mal”, que, según considero, se les aplica también en su vida diaria. Considérese este ejemplo:

Padre X (apelativo para persona aleatoria en edad de regañar) escucha una palabra malsonante de labios de Malhablado Y (apelativo para persona aleatoria con posibilidades de ser censurada). Los oídos de Padre X registran el sonido y su cerebro, a través de señales químicas, lo registra como ofensivo, lo que envía una respuesta a través de otros grupos neuronales a los músculos de su cara para que se contraigan o relajen en una mueca de asco profundo, que otra posible señal cerebral tratará de ocultar, aunque no del todo – que ofendido está, que se note. La intensidad de esta segunda señal dependerá de lo escandalizado que quiera parecer el sujeto.

Atendiendo a situaciones como ésta, se podría deducir que una persona de habla biensonante (o que finge serlo) es aquella que pone cara de ascazo ante una persona que considera malsonante. Las palabrotas atribuyen automáticamente a la persona que las pronuncia adjetivos proporcionalmente descalificativos a la gravedad de sus blasfemias.

Por supuesto, es perfectamente comprensible y coherente evitar su uso en contextos formales. Sin embargo, un contexto informal, o incluso una situación que demanda una descripción efectiva, podría ser perfecta para la inclusión social de las siempre marginales palabrotas, excluidas del lenguaje aceptado casi en su totalidad. ¿Por qué no hacer poesía con imprecaciones? ¿Es que no tienen significado? Precisamente por su uso despectivo son vehículos con una carga semántica nada desdeñable.

¿No es siempre más efectivo un joder que un rayos y centellas? Los rayos son una imagen ciertamente metafórica, ¿pero no llama más la atención, no choca más, no es más descriptivo el pobre y feo joder? Basta de discriminar a las palabras por convención. Basta de insultar a los insultos. No los excluyamos; utilicémolos con conciencia. Hagamos literatura de las palabras malsonantes. Hagamos de las palabrotas el nuevo alcohol: aceptado con moderación.





1 Como ojete. Nadie conseguirá convencerme de que la palabra ojete no es una de las mejores ocurrencias del español. Entre los grandes logros de esta lengua se encuentran el Quijote, la literatura del Siglo de Oro y la palabra ojete. Y las amorosas palabras de Quevedo al objeto de su descripción, por supuesto:

[…] Los nombres que tiene juzgarán que no tiene misterio. ¡Bueno es eso! Dícese trasero, porque lleva como sirvientes a todos los miembros del cuerpo delante de sí, y tiene sobre ellos particular señorío. Culo, voz tan bien compuesta, que lleva tras sí la boca del que le nombra.

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