martes, 21 de abril de 2015

El tiempo a la cárcel por homicidio.

No sé escribir cuando debo.
No sé pintar cuando debo.
No sé leer cuando debo.
No sé.

No sé por qué no escribo cuando puedo.
Solo sé que si no lo hago es porque no puedo.
Porque no puedo forzarme.
Porque no puedo no estar contenta con lo que es mío.
No puedo hacer algo que no es mío.
No puedo ser la madre de lo que no siento.
No puedo programarme.
No sé escribir bajo demanda.


No sé por qué.
Escribo cuando debería dormir. Leo cuando debería pintar. Pinto cuando debería escribir.
Estudio cuando debería descansar. Descanso cuando debería estudiar.

Estoy vuelta del revés en el mundo de la creatividad.
Si este mundo fuera físico, yo andaría por él con los sesos al descubierto y la piel escondida tras capas de músculos flojos y cubierta por huesos blancos. Al principio. Cuando me acostumbrara al mundo, me pintaría los huesos de colores. Siempre a deshora.

Tengo un problema con el tiempo.
Una relación de amor-odio.
El tiempo me ha pedido el divorcio muchas veces.
En esas ocasiones, intento complacerle para mantener nuestra unión. No podría vivir fuera del tiempo, al fin y al cabo. Pero el tiempo y yo solemos darnos de vez en cuando un tiempo para pensar. Él pensará en sus cosas, supongo, como pienso yo en las mías. En las cosas que tenga el tiempo. Los problemas que tenga el tiempo. Los amantes que tenga el tiempo.
Y yo ese tiempo lo uso para pensar también. En cosas que son mías pero que son del mundo. Pienso en las hormigas que corren. ¿A dónde corren? Pienso en que me da el viento en la cara. Hace sol. El suelo está duro. Menudo sombrero más feo. Morado. Blanco, negro. Rojo, amarillo, verde, azul, naranja, violeta, el que quieras tú. Hace mucho que no salto a la comba. Qué mal se me daba bailar el hula-hop. Helado de fresa. Batido natural. Tengo hambre.

Entonces viene el tiempo y me reclama. ¡Ya deberías estar en casa! Me llama infiel. Infidelidosa. ¿Con quién has estado? Conmigo misma, tiempo. No te creo. ¿Por qué tendría que estar con alguien? Todo el mundo está con alguien siempre. No existe la gente a solas.
Yo estoy conmigo siempre. Conmigo pero con el mundo. Y a la vez no estoy en el mundo porque no estoy con el tiempo. Porque me llama infidelidosa. Y yo lo acepto. No sé estar con el tiempo y me retraso constantemente. Cinco, diez, quince, veinte minutos o siete horas. El tiempo aprovecha y a veces se marcha de mi vida en los momentos más inoportunos. Hace sus maletas. Le tiro la ropa por la ventana. ¡No vuelvas por aquí! Y no vuelve. Me quedo sin horas del día. Uso la noche a veces. Otras ni siquiera eso. 

Pero si viviéramos juntos, el tiempo me mataría. El tiempo a la cárcel por homicidio. Y yo, muerta. Otra vez fuera del tiempo. Y ahora sí que no serviría de nada.

Quizá es por eso por lo que
No sé escribir cuando debo.
No sé pintar cuando debo.
No sé leer cuando debo.

Al tiempo le da igual mi deber, y a mí me da igual el tiempo.
La propiedad transitiva se nutre de nuestro matrimonio infructuoso.
Mis retrasos creativos son directamente proporcionales al fracaso de esta relación.

Cuando llegue tarde, que no me culpen. Que le pidan cuentas al tiempo.
El retraso será producto de una tormentosa relación.

Y de este tormento nacen los momentos en los que consigo dejar atrás la tontería.
Y hago cosas.
Y vivo en algún sitio que no es este, un sitio que soy yo pero que es el mundo.
Y lo dejo por alguna parte. Físicamente. En un papelito está bien. En un papelito o en una pantallita.
Dobladito, guardadito en una carpeta o Ctrl + G.

Luego hago las paces con el tiempo y a veces llego a donde debo.
A veces, me alegro porque hemos arreglado nuestra relación.

A veces, no.

2 comentarios: