No sé escribir cuando debo.
No sé pintar cuando debo.
No sé leer cuando debo.
No sé.
No sé por qué no escribo cuando
puedo.
Solo sé que si no lo hago es porque no
puedo.
Porque no puedo forzarme.
Porque no puedo no estar contenta con
lo que es mío.
No puedo hacer algo que no es mío.
No puedo ser la madre de lo que no
siento.
No puedo programarme.
No sé escribir bajo demanda.
No sé por qué.
Escribo cuando debería dormir. Leo
cuando debería pintar. Pinto cuando debería escribir.
Estudio cuando debería descansar.
Descanso cuando debería estudiar.
Estoy vuelta del revés en el mundo de
la creatividad.
Si este mundo fuera físico, yo andaría
por él con los sesos al descubierto y la piel escondida tras capas
de músculos flojos y cubierta por huesos blancos. Al principio.
Cuando me acostumbrara al mundo, me pintaría los huesos de colores.
Siempre a deshora.
Tengo un problema con el tiempo.
Una relación de amor-odio.
El tiempo me ha pedido el divorcio
muchas veces.
En esas ocasiones, intento complacerle
para mantener nuestra unión. No podría vivir fuera del tiempo, al
fin y al cabo. Pero el tiempo y yo solemos darnos de vez en cuando un
tiempo para pensar. Él pensará en sus cosas, supongo, como pienso
yo en las mías. En las cosas que tenga el tiempo. Los problemas que
tenga el tiempo. Los amantes que tenga el tiempo.
Y yo ese tiempo lo uso para pensar
también. En cosas que son mías pero que son del mundo. Pienso en
las hormigas que corren. ¿A dónde corren? Pienso en que me da el
viento en la cara. Hace sol. El suelo está duro. Menudo sombrero más
feo. Morado. Blanco, negro. Rojo, amarillo, verde, azul, naranja,
violeta, el que quieras tú. Hace mucho que no salto a la comba. Qué
mal se me daba bailar el hula-hop. Helado de fresa. Batido natural.
Tengo hambre.
Entonces viene el tiempo y me reclama.
¡Ya deberías estar en casa! Me llama infiel. Infidelidosa. ¿Con
quién has estado? Conmigo misma, tiempo. No te creo. ¿Por qué
tendría que estar con alguien? Todo el mundo está con alguien
siempre. No existe la gente a solas.
Yo estoy conmigo siempre. Conmigo pero
con el mundo. Y a la vez no estoy en el mundo porque no estoy con el
tiempo. Porque me llama infidelidosa. Y yo lo acepto. No sé estar
con el tiempo y me retraso constantemente. Cinco, diez, quince,
veinte minutos o siete horas. El tiempo aprovecha y a veces se marcha
de mi vida en los momentos más inoportunos. Hace sus maletas. Le
tiro la ropa por la ventana. ¡No vuelvas por aquí! Y no vuelve. Me
quedo sin horas del día. Uso la noche a veces. Otras ni siquiera
eso.
Pero si viviéramos juntos, el tiempo me mataría. El tiempo a la cárcel por homicidio. Y yo, muerta. Otra vez fuera del tiempo. Y ahora sí que no serviría de nada.
Quizá es por eso por lo que
No sé escribir cuando debo.
No sé pintar cuando debo.
No sé leer cuando debo.
Al tiempo le da igual mi deber, y a mí
me da igual el tiempo.
La propiedad transitiva se nutre de
nuestro matrimonio infructuoso.
Mis retrasos creativos son directamente
proporcionales al fracaso de esta relación.
Cuando llegue tarde, que no me culpen.
Que le pidan cuentas al tiempo.
El retraso será producto de una
tormentosa relación.
Y de este tormento nacen los momentos
en los que consigo dejar atrás la tontería.
Y hago cosas.
Y vivo en algún sitio que no es este,
un sitio que soy yo pero que es el mundo.
Y lo dejo por alguna parte.
Físicamente. En un papelito está bien. En un papelito o en una
pantallita.
Dobladito, guardadito en una carpeta o
Ctrl + G.
Luego hago las paces con el tiempo y a
veces llego a donde debo.
A veces, me alegro porque hemos
arreglado nuestra relación.
A veces, no.
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ResponderEliminar¡10.000 gracias, Oscar!
ResponderEliminarPor el comentario y por la fluidez verbal :D